Diez consejos para ser un buen padre
1. Pasar (mucho) tiempo con los
hijos
Las horas de
comidas, cuando preparan la mochila para el cole, mientras juegan, cuando
escuchamos música... Sencillamente, hay que encontrar tiempo para estar con ellos.
Aunque tengamos muchas obligaciones y estas sean muy absorbentes y agobiantes,
estar presentes en la vida de los chicos es prioritario.
No nos
engañemos con eso de que no importa la cantidad de tiempo sino la calidad; por
muy buenos que seamos, quince minutos no pueden dar mucho de sí. En cuanto a la
calidad, la personalidad de los hijos se desarrolla a partir de la relación con
los padres,
de lo que reciben de ellos y de lo que aprenden a su lado. Por eso cuando
estamos con los niños,
debemos estar entregados en cuerpo y alma, con ganas,
no leyendo el periódico, hablando por teléfono o pensando en nuestras cosas.
2. Querer y respetar a la madre
Si el padre no
tiene relación amorosa con la madre de sus hijos, que al menos tenga
relación amistosa. El buen trato entre los padres es indispensable porque
muestra los sentimientos que existen entre ellos. Aunque las cosas no vayan del
todo bien en la pareja o ex pareja, en la relación entre los padres tiene que
reinar el respeto. Hay que hablar del otro y con el otro con aprecio,
aún en las discusiones y cuidar todas las facetas de la relación: amistad,
compromiso, comunicación, resolución de conflictos, corresponsabilidad o
negociación. Si esto no se logra, lo mejor es buscar ayuda. La relación entre
los padres crea una atmósfera en la que el niño crece y va formando su
identidad. No es lo mismo que haya confianza y armonía entre los padres a que papá y mamá se
contradigan y descalifiquen entre sí.
3. Ser un buen ejemplo
Los hijos se
fijan en el padre. Cuántas veces hemos dicho o escuchado de alguien: «En esto
sale al padre», «eso lo sacó del padre» o «de tal palo, tal astilla». Juan
Manuel Serrat dice en la canción Esos
locos bajitos: «Esos que se menean con nuestros gestos» y que «cargan con
nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir». Los padres son sus modelos, los chicos copian de ellos modos de
ser, de afrontar y resolver, de relacionarse con las cosas, con los demás y
consigo mismos. Así, muchas veces nos muestran nuestros propios defectos. Si al
verlos, en lugar de enfadarnos, intentamos corregirnos y educar con el ejemplo, les enseñaremos a
corregirse y mejoraremos nosotros también. Saberse un modelo y tratar de estar
a la altura en la que nos ponen los hijos es muy educativo para todos.
4. Estar a las duras y a las
maduras
Los niños
necesitan a su papá en todo momento y para muchísimas cosas. Lo necesitan para
que les arrope, les ayude a trepar más alto, a dejar los pañales o a hacer los
deberes.
Un padre
ayuda a crecer. Por eso es necesario que papá diga tanto «sí» como
«no», él tiene que saber conjugar mimos y límites. A veces, los padres,
conscientes de que pasan poco tiempo con los hijos, priorizan una faceta y se
convierten en papás que solo juegan o miman y desatienden los conflictos o, por
el contrario, en papás ogros que solo saben reprender como si vivieran
enfadados. O se interesan nada más por algunas de las actividades del hijo y
desatienden las otras: no se pierden ni un partido de fútbol del niño pero no se
enteran de cómo le va en la escuela o con los amigos.
Un padre tiene que poder ser amigo, compañero, protector, sabio... ¡y estar en
todos lados!
5. Regalar alegría
Una infancia feliz es casi una garantía de una vida
feliz, por lo menos favorece que en el futuro el niño tenga integridad
emocional y buena salud mental. Llegar a casa con chuches, planificar
una excursión enfamilia, hacerles chistes para reírnos con
ellos, jugar al escondite, contarles historias...
este tipo de alegrías los chicos las reciben como algo más que un gesto, para
ellos representan «lo bueno de la vida». Y estas cosas buenas son las que les
fortalecen, les hacen más valientes y les dan armas para afrontar las
dificultades propias del crecimiento o las circunstancias adversas. Tener una
bicicleta o un patinete es estupendo, pero reírse con papá es necesario. Darles
alegría no consiste en comprarles juguetes,
sino en transmitirles, a través de la convivencia, el mensaje de que papá les
quiere y disfruta con ellos.
6. Darles prioridad
Cuando el
niño es relegado en los intereses del padre, se refugia en la madre y se vuelve demasiado
dependiente de ella. La principal función del padre es ayudar al hijo a
sentirse seguro en el mundo más allá de los brazos de la madre, y para eso el
pequeño debe sentir que es importante para papá. El vínculo con los hijos no es genético, es ético. Es el resultado
de una decisión amorosa que hay que sostener día a día. Además, darles el
primer lugar en nuestra vida nos hace a nosotros tan felices como a ellos.
7. Escuchar
Estar atentos
a lo que dicen y no dicen y animarles a expresar lo que piensan y sienten es la
forma de conocerles. Los niños tienen creencias y fantasías que sorprenden al
adulto. Por ejemplo, es común que representen a la Tierra como una casa
gigante con los humanos dentro o que crean en monstruos o, los más pequeños,
piensen que el peluche es parte de su cuerpo. Para enterarnos de lo que pasa
por sus cabecitas hay que escucharles con atención. Escuchar es un acto de amor, cuando les prestamos atención se
sienten importantes para nosotros. Además, les damos la posibilidad de
escucharse a sí mismos, ser capaces de hablar para defenderse, dar una opinión,
plantear lo que no entienden, resolver conflictos, contar sentimientos o
emociones e inventar historias. Y si comparten con nosotros sus tribulaciones o
temores, se quedan aliviados.
8. Educar con cariño
Disciplinarlos
es una de forma de amarlos. Si les marcamos límites, si les negamos algo que
nos piden pero no les conviene o nos oponemos a sus deseos porque no son
razonables, será siempre por su bien, para ayudarles. No les educamos «para que no molesten a los mayores», sino para que sean
felices y cabales.
Cuando les
enseñamos a usar la cuchara, a ser responsables con los deberes del colegio o a no gritar dentro de casa, no lo
hacemos para que no se ensucien o no nos den la lata, sino para ayudarles a
desarrollarse como seres independientes. La disciplina adecuada une amor, razón
y respeto por el niño. Si tenemos esas tres cosas, ya podremos enfadarnos sin
miedo: sabremos corregirles sin agredirles y hacerlo solo cuando lo necesitan.
9. Contar cuentos
Contarles
cuentos a los niños es
igual a darles un «máster universitario infantil». Ellos necesitan los relatos para aprender a hilar situaciones, a comprender que
primero pasa una cosa y luego otra y
para entender el tiempo (qué es «ayer», «mañana» o «después»). No hay nada tan
interesante y entretenido como escuchar las cosas que les pasan a los demás y
ver cómo resuelven sus problemas desde el lugar más seguro del mundo: al lado
de papá. Junto a él pueden identificarse con el protagonista, atravesar
penalidades y triunfar sin sufrir un rasguño. Pero los cuentos no tienen solo un valor intelectual:
la voz de papá les envuelve y les reconforta ahora igual que les arrullaban las
nanas cuando eran bebés y les da ánimo para enfrentarse a los
monstruos de la noche. Por eso les gusta tanto el cuento de antes de dormir.
10. Estar al tanto de “sus cosas”
Los «asuntos
de chicos» son importantes, sobre todo si se trata de los hijos. Sean serios o
banales, como tienen importancia para el niño, también tienen que tenerla para
papá. Sin agobiarles ni atosigarles, hay que estar cerca de ellos para encauzar
conductas, asistir a las reuniones del colegio, acompañarles al médico,
estar al tanto de las notas, de qué hacen en el tiempo libre o cómo les va con
los amigos. Aunque no existen recetas, hay una fórmula básica que consiste en acostumbrarles desde pequeños a que nos cuenten sus cosas, sin
presiones y con respeto. Si estamos a su misma altura y podemos mirarles a los
ojos, mejor.
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